LAS HORAS DEL DÍA

 

Justin Donlon lo ha vuelto a hacer. Moviéndose por puro instinto, ha escogido a tres artistas muy distintos entre sí para su próxima exposición en la galería de la calle Sant Honorat, 11 (junto al Palau de la Generalitat, en Barcelona), y pese a sus diferencias estilísticas, consigue en tan acogedor espacio una excelente compenetración entre las tres propuestas.

 

Juan Estil.las es quien abre la muestra. De línea estilizada y con persistencia de azules, muy equilibrado en la composición y de trazo espontáneo, la obra de Juan se plantea como un diario de recuerdos de sus días sevillanos. A Juan, sin embargo, le persigue el sambenito de su “primera vez”. No hace ni un año que se estrenó en este proceloso mar revuelto que es el arte, y ya su estreno se saldó con un incendio que devastó el local entero... y con él toda su obra. Ahora vuelve al ruedo con fuerzas renovadas y una ilusión contagiosa. Un apasionado de la copla como él no puede ser nunca irrespetuoso con el lado cañí de la cultura española. Por eso su universo pictórico está poblado por vírgenes lloronas, monjes cartujanos, olas mediterráneas y flamencas de volantes, pero huyendo del kistch gratuito y tratando de hacer congeniar las formas clásicas con una particular visión más lúdica de la vida. Sus retratos –generalmente femeninos– recuerdan a veces a Lempika y a Modigliani. En conjunto, no obstante, los suyos son personajes de la hora siguiente al alba, alejados del glamour, de cuando los corazones de la noche se apagan y se recogen de nuevo entre abrazos y espejos.

 

Jaume Muñoz rompe en cambio con los clasicismos y presenta un voluntario quebrantamiento de las formas, del uso de los colores e incluso de los soportes pictóricos. De dibujo nervioso y muy expresivo, la obra de Jaume parece hecha con líneas sin cerrar, con rostros caricaturescos pero duros. Sus protagonistas son seres ingrávidos, filósofos de bar, fumadores de cachimbas y bebedores de té, capturados en instantáneas de pocos trazos como cuerpos (di)vagando en el aire y frases oídas al vuelo, entre luces tenues, ruido de vasos y mucho, mucho humo. Son, en definitiva, seres solitarios que hablan con las cosas a través de la melopea, que tosen para saberse vivos, que se apalancan en los rincones para guarecerse de las heridas que no se ven. Las de Jaume son imágenes de la vida noctámbula, aquella que va menguando progresivamente con el número de estrellas que mueren en el cielo cada día.

 

Veronique San Leandro, viajera incansable y lectora contumaz, de raíces dispersas entre Francia, España y Nueva York (que es un micromundo a escala urbana), apuesta por un arte diametralmente opuesto. El de Veronique se basa en un minimalismo rothkiano, de sutilezas gradiantes. Su tratamiento del color responde a variables de un interior psicológico y emocional que se vuelve matérico a través de la niebla o con formas de rocosidad silueteada, o desiertos etéreos, o mares embravecidos, que sin embargo se desvanecen ante la propia mirada. Así, magentas, turquesas, el azul cián o los tonos cálidos, casi de fuego, provocan en el espectador la sensación de abrir ventanas a un paisajismo simbólico que tiene más de empático que descriptivo. Autora de una formidable obra de collages, Veronique propone con esta serie otra clase de viaje, más introspectivo. La luz incidental de su pintura es sin duda la del ocaso, antes de que se difumine el final del día detrás del canto de los pájaros. Y luego, el silencio.

 

Justin ha vuelto a sorprender a propios y extraños. Pendiente aún de subvención para su ilusionante Gràcia Arts Project, Justin dará la bienvenida a todos/as los/as interesados/as en su galería todas las tardes de lunes a sábado desde el próximo día 9.